miércoles, 5 de septiembre de 2012

Duroman Ajalvir 2012


  
    
Aún me cuesta andar o incorporarme cuando paso un rato sentado. 

        Han pasado tres días desde aquella maravillosa carrera la tarde noche del 1 de septiembre, y es que mis piernas sufrieron como nunca antes lo habían hecho, o por lo menos, no recuerdo haber sentido unos dolores similares. 

       Algo más de cien dorsales esperaban en la localidad de Ajalvir dispuestos a ser utilizados en las camisetas, tops o cintas porta dorsal de los valientes participantes que un día decidieron emprender esta bonita y dura aventura deportiva. El número 48 es el mío. Llegamos alrededor de una hora y media antes del comienzo de la carrera, así que dio tiempo más que suficiente para preparar todo con tranquilidad y sin agobios. Una vez abierta la zona de boxes dejé todo preparado para lo que serían tres pasadas por dicha zona.


Preparando la bici.
       No es que sea aún un veterano en todo esto, pero el dejar en esta zona las gafas de bucear y un frontal para guiarme en la oscuridad lo hacen más que diferente, raro, inusual y, de por seguro, divertido. 

Vamos a empezar la prueba corriendo cinco kilómetros, de seguido, veinte en bici, a continuación nos tiraremos en la piscina para nadar cien metros y acabaremos con otros cinco kilómetros de carrera a pie. Extraño cuanto menos, pero en la novedad está la gracia. En poco tiempo somos llamados a línea de salida. Una vez metido entre tanto corredor a la espera del inminente sufrimiento consentido, no puedo evitar recordar la primera prueba que corrí hace casi ya año y medio en  Guadarrama, en la Vuelta a la Jarosa, una carrera de montaña. Antes de ella sólo había corrido en ciclismo. El buen ambiente que allí reinaba era de contagio total y se vivía nerviosismo y amor al deporte de igual forma. Esta salida me recordó aquel día. En aquel entonces me encantó la sensación y ahora me sentía igual. Prometía ser una buena tarde, como dicen los toreros. Pues suerte y al toro, y bocinazo de salida.

       Los primeros aplausos de mi familia, y también, como no, del público en general allí congregado, hacen casi sin querer que te impulses más rápido y con más entusiasmo a la primera parte del recorrido. Nada más empezar éste nos sorprende con una larga subida muy tendida y siempre en camino de tierra, pero con mucha piedra suelta que llega hasta una tubería bajo tierra de 1,70 de altura y 112 metros de longitud total que debemos atravesar. La oscuridad dentro es absoluta y hay que ir con sumo cuidado, pues, aunque es solo seguir recto, los corredores que me preceden  son casi invisibles en el estrecho camino cónico. Solo cuando tuerces el cuerpo a izquierda o derecha, puedes llegar a ver un lejano circulo de luz que anuncia la salida. En un momento dado no hay más remedio que andar, se hace un pequeño atasco de corredores que buscan ansiosos la luz exterior.  
A la estela de otro corredor casi en la primera transición.
Tras la vuelta al camino, y a la luz, un giro brusco a la derecha nos topa de narices con la zona final de la subida expuesta en forma de un durísimo rampón. Se pasa sin problemas y a partir de aquí, y en su mayor parte, el terreno hasta boxes es en bajada o llano. Echo de menos mis zapas de trail, creí que sería más de tierra pero como al principio, la bajada tiene muchas piedras y las zapatillas que llevo me no van bien del todo. Con un tiempo de unos 22 minutos llego a boxes y rápidamente me cambio, cojo la bici y salgo dispuesto a pedalear en cuatro vueltas el mismo recorrido que acabo de hacer corriendo. 


Janet y Valle animando en la primera transición

       Desde el primer momento mantengo un ritmo constante y, creo yo, adecuado para no reventar antes de tiempo. Todavía queda nadar y otra vuelta más corriendo. Mismo recorrido y misma tubería. Ya lo había pensado cuando corría y nada más montarme en la bici enciendo la luz de mi manillar con la intención de ver dentro de ella. Igual que corriendo agacho la cabeza, entro y pedaleo mientras me resulta imposible ir por la parte mas baja del redondel donde estoy metido y constantemente subo y bajo de izquierda a derecha suavemente. Salida del tubo y rampón. Aquí hay gente que prefiere subir andando empujando la bici. Yo me encuentro bien y subo sin bajarme y así durante las cuatro vueltas excepto en la segunda donde una piedra que no esquivé me desequilibró hasta hacerme casi caer y que me obligó irremediablemente a poner pie a tierra.

        A partir de la segunda vuelta empecé a sentir dolores en los gemelos. Parecían tirones, o que se subía la bola, así que me tome un gel y me hidraté bastante. En las cuatro bajadas del circuito intentaba siempre recuperar a la vez que no perder velocidad. Se volaba bastante y me parecía que iba demasiado rápido para mi corta experiencia en el BTT, pero me encontraba a gusto y sin miedo. Con todo ello llegaba la segunda transición y sólo pensaba en las piernas y sus dolores. La falta de duatlones y el cambio de correr a bici, que poco, o casi nada, desde hace tiempo he entrenado, me está pasando factura. Llego a boxes y me quito todo, sólo me quedo con el tritraje, cojo las gafas y corro al agua.


       A escasos cincuenta metros de los boxes está la piscina. Son sólo 100 metros en cuatro largos a una piscina de 25. Llego al borde y salto de cabeza. Primer aleteo y tirón en la pierna. Para intentar remediarlo la pongo recta mientras que la planta del pie le estiro a tope formando un anti-estético ángulo de 90º  a modo de freno acuático, y es que no me queda otra si quiero continuar. Por lo demás, los cien metros se me pasan rapidísimos y adelanto, a pesar de mi “freno de pie”, a algún que otro corredor. En una de las ocasiones que saco la cabeza del agua para respirar veo a mi mujer cerca del borde de la piscina. Me está animando junto con Valle y más niños del pueblo que se han unido a ellas para animar a Isra. Con estos ánimos acabo fijo. Salgo por el borde impulsándome y corro unos cien metros hasta boxes por última vez. Ahora mis piernas sí se resienten de verdad, pero estoy más que animado. Me agacho, me pongo una zapatilla, me pongo la otra, y ¡uf!, la pierna me anuncia que no da mucho más de sí. Da igual, allá que voy.

Al agua patos

       En busca de la sexta vuelta al circuito, últimos cinco kilómetros corriendo y se acabó. En poco rato las piernas me dicen que dónde voy, que pare y que no me flipe más. Parece que me estén clavando punzones en gemelos, cuádriceps, femoral y algún otro músculo escondido y desconocido para mí. Nunca sentí estos dolores. En el ciclismo me han dolido las piernas, y mucho, en infinidad de ocasiones, pero la sensación ahora es muy diferente. Es como si estuviera lesionado gravemente. Paso a un corredor que está como yo, o similar. Al poco, aún subiendo, y antes de la tubería me es imposible mover las piernas de forma coordinada. No puedo ni estirarlas ni doblarlas. ¡No pienso retirarme, joder! Irremediablemente me tengo que parar. Mi cuerpo, y no mi mente, se para, me detiene en seco. Es imposible correr. Totalmente imposible. Intento estirar y tampoco, a cualquier movimiento que intento hacer, algo invisible punza mis piernas por todas partes. Espero sólo unos quince o veinte segundos y vuelvo a correr como puedo, si realmente se le puede llamar correr a aquella triste manera de moverme.  El compañero de fatigas que toda la carrera me ha acompañado me ha pasado y empiezo a perderle en la lejanía.  Llego como puedo al tubo. Ahora estoy yo sólo dentro de él y no me he puesto el frontal suponiendo que llegaría a meta con luz más que suficiente. Sólo hay que ir recto hacia la creciente lucecita del fondo, no problema. Es muy tarde pero llegaré con algo de luz como predije. Entro al tubo y éste en terreno llano me hace coger un poco de aire. A la salida, y por increíble que parezca, me encuentro mejor. Hay que joderse cómo es el cuerpo humano. Increíble. Afronto el rampón y con menos dolores me dispongo a correr los últimos kilómetros en un terreno no tan duro. Ajalvir se acerca, está al alcance de la mano. Mis piernas están muy tocadas pero por lo menos puedo correr. Toco el asfalto de una de sus calles del pueblo y al son del clin-clin de una piedra que se me ha clavado en la suela de mi zapatilla me impulso con pocas piernas y mucho corazón a meta.
  
       Y como siempre cuando me puede acompañar mi familia, unos metros antes de la meta está Valle de la mano de Janet esperándome. Coge posición de carrera, estira el brazo, me da la mano y de esta forma la acompaño hasta esa moqueta azul que pita al pasar por encima y que tantos días lleva esperando. Se ríe y está feliz aunque en la primera vuelta lloró cuando no me vio con los primeros diciendo que su papá no iba a ganar. No importa ganar, es bonito claro que sí, pero el disfrute puede llegar a ser el mismo, de hecho creo que lo es.

       Estupenda carrera. Es la primera edición y ha sido, por mi parte, increíble. He vivido mucho en ella y me he sentido feliz al acabarla. Finalmente entré el 15º de mi categoría y el 34º de la general. Seguro VOLVERÉ.





2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Isra... me encanta tu cronica de el Duroman de Ajalvir, me gustaria ponerlo en el blog del DUROMAN, si a ti no te importa, seria mediante un enlace.

Gracias
mariano
coorganizador duroman.

Isra dijo...

Hola Mariano, ya te mandé un email, pero te lo dejo aquí por si acaso. Por mi parte no hay ningún problema, al contrario, es un alago hombre... Encantado de que te haya gustado. Gracias. Un saludo.