martes, 7 de julio de 2015

TRIATLON BOLA DEL MUNDO 2015




Por tercer año consecutivo vuelvo a sentir en mis piernas lo que supone subir en bici de carretera el temible piso de hormigón que con descomunales rampas asciende a la Bola del Mundo. Este triatlón me encanta, desde la primera vez que vi que se iba a celebrar, me ilusioné con él. Sólo el trayecto del mismo, en sus tres disciplinas, era, y es, de mi total agrado. Duro, pero sobre todo, diferente a la mayor parte de triatlones donde nunca disfruto el ciclismo que es lo que más me gusta. Dar vueltas a un circuito de rotondas y conos por todos lados cada día me gusta menos, y estar pendiente del reloj, menos aún. Así que aquí disfruto mucho más, aunque esta última edición sufrí también un poco más.

 

Mal año para entrenar, siempre a destiempo, sacando horas o escasos minutos al día, o simplemente haciendo ganas donde muchas veces no las había. Maldito año 2015, algún día acabará esta maldita racha personal y mi cabeza se centrará un poco. Eso espero.

 

El madrugón es de órdago. A las 4:45 suena el despertador, hay que estar en el embalse de Navacerrada a las 6 de la mañana. A las siete salen los del Half y veinte minutos después los del Olímpico, en el cual participaré. Casi no desayuno, unas galletillas y un café. Sabía lo que habría con el madrugón y cené bien a última hora de la noche. Todo controlado. Salgo dirección Navacerrada con tráfico nulo, qué bien se va tan tranquilo, añoro no poder vivir en la sierra siempre. Algún día me iré de la fea ciudad. Cuando llego aparco cerca del camino que conduce a los boxes junto al pantano, ya hay mucha gente. Una vez en ellos me encuentro con Iván, compañero del club de triatlón Trialcorcón, qué alegría, ahora recuerdo que hace tiempo me dijo que iba a venir. También hablo con  Juli, del club de trail al que ambos pertenecemos, los Bambis Trail, y le ayudo a encontrar un juez de carrera a ver si puede solucionar su problemón. El cobarde a perdido el chip. Tras un ratito de angustia y una vez solventado el problema se va para el agua, sin chip eso sí, y empieza su carrera.

 

Iván y yo hablamos, ya con el neopreno puesto, y vamos para la orilla. Nos ponemos bien adelante para salir de los primeros y un poco a la derecha para pasar lo mejor posible la primera y cercana boya. La natación es lo que menos he entrenado pero me conozco bien y se lo que tengo que sufrir para no reventar, así que cojo mi ritmo y, esta vez además, hago todo el recorrido a nado bastante bien orientado. Salgo del agua y me encuentro bastante bien, mejor que en las otras dos ediciones. He hecho 25:44 en estos 1.500 metros. Para mi sorpresa al entrar en boxes veo a Iván por detrás de mí corriendo en busca de su bicicleta. Hemos salido a la par y esto me da algo de vidilla. Él es un excelente nadador, y no es que yo haya estado de la leche, solo supongo que él no ha estado todo lo bien que hubiese querido. 
 

 

Salimos en la bici y empezamos con duro repecho en el mismo pueblo. Me jode no saber quienes son mis contrincantes en la categoría. Este año tengo especial ilusión en hacer podium de mi ggee. El año anterior hice el quinto puesto y este año pese a las adversidades personales, y en concreto el último mes y medio, he entrenado bastante para esta prueba. Eso sí, debo decir que he entrenado "a mi bola", o sea, siguiendo solo a mi instinto o mi experiencia en el deporte.

En boxes me encontré con Ruth, la entrenadora de mi club, y le confesé que no abría los entrenos que enviaba desde hacía tiempo, vamos que he hecho lo que me apetecía, siempre encaminándolo un poco a esta prueba.

Tras el repecho y al salir del pueblo viene la única bajada del recorrido la cual la hacemos a todo trapo hasta girar dirección Mataelpino donde empieza una subida. Aquí este año no pienso regular tanto como en las otras ediciones con la intención de no perder muchos puestos, o ninguno, con el ansia de guardar fuerzas, y me engancho a un buen grupito hasta bien entrando el puerto de Navacerrada donde cada uno acaba cogiendo su ritmo. Voy bastante bien, la temprana hora veraniega me viene al pelo. Odio el calor sofocante. Corono el puerto, veinte metros llanos, un par de curvas, arena, asfalto malo, después hormigón y rampones para todos. 

Que manera de retorcerse encima de la bici. Sé que hay que sufrir mucho hasta boxes aprovechando los descansos al 14% y así acabo realizando esta pedazo de subida. Ayudan mucho los ánimos de toda la gente que sube hacia este lugar carismático de la Sierra de Guadarrama, así como la de familiares y amigos de los participantes. También Ruth está arriba y me dice que voy muy bien. Debo andar por el puesto vigésimo y eso me deja pensando si más o menos puedo andar entre el tercero o cuarto de mi grupo de edad. Hago todo lo rápido que puedo la T2 después de haberme confundido de bolsa y abrir la de mi compañero de al lado. Me pongo el cinturón de hidratación, esta será la última vez que me lo ponga, y salgo a la carrera. Menuda mierda de cinturón.

 


Nada mas salir noto calambres en la pierna izquierda. En las otras dos ediciones me pasó igual, y sé, o creo, que se me pasará. Pero no es sólo eso. También me noto muy cansado de repente. En la bici he sufrido, porque es irremediable, pero me encontraba bien. Ahora no. Tras la primera subida inicio el descenso y voy rapidillo y dejo atrás a dos compañeros de viaje. Toca subir a Valdemartín y enseguida tengo que echar a andar. No voy bien y jadeo demasiado. Me noto bastante cansado. Mientras subo sigo pensando en el puesto que estaré ocupando en ese momento, pero la verdad que le pierdo un poco la gracia y en algún momento me da incluso igual en qué puesto quedar. Estoy algo desanimado. De todas formas el fin de semana no ha sido fácil, psicológicamente hablando. El trastorno que llevo durante este año a veces sale a relucir, supongo que algo de esto tendrá que ver en este malísimo rato que paso en el trail. Es un cansancio, digamos, diferente.

Subiendo a Valdemartín, casi en el peor momento de toda la carrera, me adelanta un tipo al que por su aspecto denoto que debe ser de mi categoría. Lleva acompañamiento, una liebre que le guía y marca el ritmo, alguien sin dorsal. Le intento seguir un rato pero no puedo, además me sienta como una patada en mis partes que haya buscado ayuda y además nadie le diga nada. Pienso en poner una queja al llegar a meta. Sin remedio le pierdo, al igual que pierdo a otros participantes y sigo como puedo con mi ritmo. Antes de subir a Cabezas de Hierro, punto donde se da la vuelta, empiezan a pasar los primeros clasificados ya dirección a meta. En el puesto 13 va el primero de mi grupo de edad, yo debo andar por el 25 o así, así que sigo sin saber cómo leches voy en mi categoría. Subo medio escalando hasta la cima de Cabezas de Hierro por esta larga subida saltando y trepando de piedra en piedra, recojo la pulsera que dice que he llegado a ese punto y vuelvo sabiendo que sin duda acabaré a pesar del cansancio.

 

Mis compañeros de viaje ya están lejos y es imposible alcanzarlos, por detrás tampoco parece que nadie me vaya a coger. En la última subida a Bola, me adelanta un chaval jovencito del Diablillos que enseguida pierdo y en solitario me embalo hacia la línea de meta. Hay bastante público y, como siempre, se agradecen los aplausos. Entro en meta y me cuelgan la medalla de la prueba, esta vez bastante más bonita que el año anterior. Estoy contento, muy satisfecho, pero no como los dos años anteriores. He bajado algo el tiempo respecto a las otras ediciones y no tengo ni papa del puesto ocupado, aunque creo que no voy a subir al pódium.

 


No sé cómo explicar mi sentimiento tras acabar. Estaba cansado y psicológicamente roto, pero a la vez contento por terminar esta dura prueba que en algunos momento pensé que no podría correr. Bebo mucha agua y como un plátano, poco más hay en el avituallamiento de meta. Luego en otras pruebas mucho menos exigentes te revientan a comida. Aún así soy poco explicito y me conformo sin enfadarme en absoluto. Charlo con un chico con el que coincidí también el año anterior y cambiamos experiencias vividas. El se baja pronto hacia el pueblo y yo decido esperar a las clasificaciones “por si aca”, y así también esperar a que llegue mi compañero Iván. Una vez en meta nos felicitamos y hablamos un rato, va acompañado de su familia y rápidamente se bajan para Navacerrada y así marchar pronto a casa. El cansancio hace mella, pero yo no tengo prisa alguna y tras recoger las cosas de boxes me tumbo en el suelo con vistas a la cima de Peñalara imitando a mi rival en la subida al puerto que está dormido como un tronco. Le imito galantemente hasta que oigo a un juez por megafonía decir que las clasificaciones están disponibles ya. Me levanto, busco mi nombre y por fin me encuentro. He quedado el 28 de la general y 4 de mi grupo de edad. Medalla de chocolate y para casa. ¡Qué rabia! Pienso en el cobarde que iba con ayuda, ¿sería él el que me ha quitado el tercer puesto? Que le den, sin liebre tampoco le hubiese aguantado el ritmo, pero si es, como si no es de mi categoría, semejante “deportista” no merece estar en la clasificación, ni presente en ninguna otra edición.



Según bajo el puerto pienso en que quizás al año que viene no vuelva. 

Hoy es martes, han pasado dos días, y pongo orden en mi cabeza. Decido. Volveré seguro. Es la prueba de triatlón más bonita que hay.

 
Un saludo desde aquí a Iván que acabó con toda la fuerza, y a Juli que se metió el half en 7 horas y media. Unas máquinas!

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